Santiago, 30 de julio de 2020.- El viernes 13 de marzo, al sonar el timbre de salida, todos los estudiantes se despidieron como si se tratara de un fin de semana normal, sin imaginar que esa separación de dos días se extendería durante meses.
Al trascurrir la suspensión de clases presenciales, la Psicóloga de la escuela Brigadier René Escauriaza, Beverly Labarca, inició un proceso de conversación con los estudiantes y lo que percibió fue muy poco alentador: los niños/as estaban aburridos y tristes.
Lo anterior, tiene una explicación bastante significativa para ella, “los niños no estaban decaídos por la pandemia, sino que por extrañar a sus amigos. Sólo alcanzaron a estar dos semanas compartiendo, quedaron cosas pendientes como contar lo que hicieron durante sus vacaciones y como esto fue tan repentino, no pudieron hacer un cierre, despedirse de sus compañeros.”
Beverly lleva más de diez años de trabajo en el establecimiento, por lo que conoce bastante bien a su comunidad educativa. En su rol como psicóloga del equipo de convivencia escolar está en constante vínculo con los estudiantes y sus familias, es por eso que durante esta crisis, ha estado en contacto semanal con cada uno de ellos, al igual que sus profesores jefe.
Tras percibir un bajo estado de ánimo en los estudiantes, determinó que una llamada telefónica no bastaba. Se coordinó con los apoderados y dio inicio a un ciclo de videollamadas. En dicha instancia escuchaba siempre lo mismo por parte de sus estudiantes: extrañar a sus compañeros/as. Esto la motivó a generar una valiosa iniciativa: hacer videollamadas grupales con los niños y niñas. Respecto a la organización de las reuniones virtuales, Beverly señaló, “pedí permiso a los apoderados y me coordiné con ellos para formar grupos de Whatsapp entre los niños y niñas que ya tenían un vínculo de amistad. Todo resultó bien y ellos estaban felices de ver a sus amigos/as. Además, ocupé una técnica que les daba más libertad en la conversación, les decía que iba a ver a mi hijo que estaba haciendo desorden, lo que no era efectivo, y los dejaba conversando solitos y ahí se contaban todo, se reían, disfrutaban el momento.”
Según relata Beverly, “esto es algo que no necesita mayores recursos más que la voluntad y una buena coordinación con los apoderados, quienes han tenido una buena recepción de esto. Trato de ser super puntual con el horario de los llamados, ya que ellos esperan ansiosos estos 45 minutos de conversación”.
Además del gran impacto que esto ha generado a nivel emocional, también ha tenido un valor académico, ya que muchos estudiantes estaban desanimados para estudiar y hacer tareas, pero las reuniones han permitido que cada uno cuente en qué están respecto a sus obligaciones y se motiven entre ellos.
Para motivar a que otras comunidades se la jueguen por valorar este tipo de encuentros, Beverly hace la siguiente reflexión, “ellos han tenido muchos temores, ya que al inicio de esto pensaban que quizás no verían nunca más a sus amigos, a sus profesores. Es una generación que por primera vez pasa esto de una pandemia y gracias a esto tan pequeño, ahora sienten que siguen estando cerca, que seguimos siendo su segunda familia.”