20 de junio de 2018
La escuela Quillahue, es uno de los establecimientos del Servicio Local de Barrancas que recibe niños y niñas con capacidades diferentes. La responsabilidad y la entrega de la comunidad educativa, ha permitido que los estudiantes se especialicen en talleres e inserten en el campo laboral, integrándose a la sociedad y generando sus propios recursos. Su directora Paola Morales, destaca que la escuela se encarga de formarlos, de entregarles herramientas y desarrollar las habilidades que les permitan ser independientes.
Amasandería, chocolatería, madera, encuadernación, soldadura y costura, son los talleres que se realizan en la escuela. Los estudiantes pueden pasar por todos estos talleres y escoger uno para especializarse, y posteriormente hacer su práctica profesional en las empresas que tienen convenio con la escuela. Hay exestudiantes que llevan más de 20 años trabajando en las fábricas donde comenzaron a trabajar.
Prácticas y convenios con empresas
El objetivo de la escuela es que exista una inserción laboral real y que los jóvenes aprovechen al máximo su práctica. Por ello, la encargada de prácticas se mantiene en contacto permanente con las empresas y realizan salidas educativas para que los estudiantes las visiten, conozcan los puestos de trabajos, conversen con los trabajadores y le pregunten a los empleadores todo lo que deseen saber. Luego de estas salidas llegan a la escuela y analizan la experiencia que vivieron, lo que les permite proyectarse.
La colocadora laboral de la escuela Quillahue, Mayda Moncada, lleva trabajando en el establecimiento alrededor de 25 años. Ingresó en 1993 y desde entonces se ha entregado por completo a los niños y jóvenes que han estudiado allí. “Amo mi trabajo. Esta es mi segunda casa, mi vida, mi todo. Yo doy hasta el número de mi casa, porque no importan la hora, yo estoy al servicio de mi escuela”, sostuvo.
Sobre los momentos más lindos que ha vivido en su trabajo, señaló: “el mejor recuerdo que me voy a llevar es la satisfacción que uno tiene con el alumno, con el apoderado, y hasta con las empresas. Para mí es importante que, al momento de insertar a nuestros estudiantes en el mundo laboral, no sean los pobres niños de una escuela especial. Que sean un trabajador más como cualquier persona de este país. Ellos son personas y como tal tienen que tomarlos, los conozco y sé que son capaces de cumplir con las expectativas y requerimientos de un trabajador cualquiera”.
El taller de Metal Madera y la entrega de su equipo
Al igual que Mayda Moncada, en la escuela hay más personas que entregan lo mejor de sí mismas y aprovechan al máximo cada una de las oportunidades que se van presentando, como una forma de hacer un contrapeso a su contexto y a los escasos recursos que tienen para comprar materiales y mantener las máquinas.
Estela Romero lleva años trabajando en la escuela Quillahue. En 1988 llegó a hacer su práctica, al año siguiente la llamaron para desempeñarse como asistente de sala. Con los años sacó su título de profesora, y desde el 2000 se desempeña como docente. Lleva casi toda una vida en la escuela, ha trabajado con diversos tipos de jóvenes, lo que le permite tener una visión más amplia del quehacer en una escuela especial.
Cuando Estela asumió como profesora jefe del taller, se dio cuenta que el espacio estaba en muy malas condiciones, entonces les propuso a los estudiantes y a los profesores remodelar la sala. Aprovecharon que en el establecimiento se estaban realizando arreglos, recolectaron los materiales que los maestros de la obra fueron dejando, los vendieron y con el dinero que recaudaron compraron nuevos materiales para arreglar el piso y el espacio en general.
Los jóvenes han puesto todo su esfuerzo en remodelar el taller, cada uno de los espacios ahora tiene una historia que entrega un valor especial, ya que se convirtió en un contexto de amor, entrega, compañerismo, según comentó la profesora. Para Estela este paso es fundamental, pues espera que los niños sean felices, disfruten su escuela, se sientan apoyados, formen su proyecto de vida y sepan que son capaces de derribar los prejuicios sociales.
Por su parte, el profesor del taller en el área de soldadura, Esteban García, destaca que con la remodelación del espacio se ha dado cuenta de las múltiples capacidades que tienen sus estudiantes. Hasta el año pasado solo trabajan en soldadura, en cambio ahora también han hecho mezclas de cemento, colocado palmetas en el piso y pintado murallas, lo que ha permitido que se inviertan los roles y que los jóvenes le enseñen a él cosas nuevas. “Se desarrolló una relación mutua entre alumno y profesor, ellos confían mucho en nosotros, y nosotros también en ellos. Entonces como profesores tenemos mucha responsabilidad, no queremos defraudarlos, debemos aprender de estos jóvenes”, indicó el docente.
El profesor Esteban trabajó tanto en liceos como en escuelas especiales. Pero desde hace algunos años optó por la escuela Quillahue, pues considera que los jóvenes necesitan más apoyo. Además, le ha tocado ver crecer a sus estudiantes y el cariño que siente por ellos lo ha ido “amarrando”, como señaló.
El compromiso de los profesores es clave en el taller de Metal Madera, y va de la mano con el entusiasmo de los estudiantes, quienes han puesto su energía en la remodelación, en los cursos de soldadura y madera, y también en la mantención de la escuela en general, ya que colaboran cerrando espacios, instalando rejas, arreglando portones, entre otras.
Luis Felipe Muñoz, ingresó a la escuela a los 7 años y ahora a sus 25 ya está por egresar, solo le falta realizar su práctica profesional. Sobre las aspectos que destaca de su escuela, recalcó: “este lugar significa mucho para mí. Tengo sentimientos encontrados al dejar a los profesores que uno quiere y a los amigos que tengo. Valoro que todos ellos hayan estado siempre ahí”. Mientras que Ian Castro de 19 años, indicó: “me gusta el taller y me siento acogido por mis compañeros y profesores, ellos me escuchan y acompañan”.
Las huellas que deja la escuela
Los estudiantes que terminan su ciclo en la escuela no cortan los lazos con los profesores, el cariño por ellos y el establecimiento perdura en el tiempo. Víctor González, de 23 años, egresó hace cuatro años y aún los visita. “El recuerdo más bonito que tengo es que yo en la Quillahue empecé a hablar con la gente, antes solo conversaba con mi familia, pero aquí me abrí al mundo y me atreví. Ahora sé que si uno quiere puede crecer y es capaz de hacer muchas cosas”, comentó.
Una de las experiencias que destaca es su paso por el curso de perfeccionamiento que hizo en la Sofofa, y su práctica en Maestranzas Diesel, una de las mejores empresas en el rubro a nivel mundial.